Un país donde no se requiere redefinir los partidos de izquierda y derecha

Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la barbilla clavada
en el pecho en su esfuerzo por burlar el molestísimo viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de
cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.

En la siguiente gráfica se expresa información de gran relevancia, información falsa, para un país falso. 2024. Fuente: Falso-estadístico.

El vestíbulo olía a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande
para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared. Representaba sólo un enorme rostro de más de un
metro de anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años con un gran bigote negro y facciones
hermosas y endurecidas. Winston se dirigió hacia las escaleras. Era inútil intentar subir en el ascensor. No
funcionaba con frecuencia y en esta época la corriente se cortaba durante las horas de día. Esto era parte de
las restricciones con que se preparaba la Semana del Odio. Winston tenía que subir a un séptimo piso. Con
sus treinta y nueve años y una úlcera de várices por encima del tobillo derecho, subió lentamente, descansando varias veces. En cada descansillo, frente a la puerta del ascensor, el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno adondequiera que esté. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las palabras al pie.
Dentro del piso una voz llena leía una lista de números que tenían algo que ver con la producción de lingotes de hierro. La voz salía de una placa oblonga de metal, una especie de espejo empañado, que formaba
parte de la superficie de la pared situada a la derecha. Winston hizo funcionar su regulador y la voz disminuyó de volumen aunque las palabras seguían distinguiéndose. El instrumento (llamado telepantalla) podía
ser amortiguado, pero no había manera de cerrarlo del todo. Winston fue hacia la ventana: una figura pequeña y frágil cuya delgadez resultaba realzada por el «mono» azul, uniforme del Partido. Tenía el cabello
muy rubio, una cara sanguínea y la piel embastecida por un jabón malo, las romas hojas de afeitar y el frío
de un invierno que acababa de terminar.

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